Irónicamente, en mi contención con muchos de los puntos expuestos por Honduras sobre Slumdog Millionaire, tengo más acuerdos que desacuerdos… Espero no aburrirles.
Para comenzar, tiene toda la razón cuando observa que la cinta se apropia de algunas características de—por qué no—“lo peor de bollywood”. Quizá debí haber sido un poco más claro en mi postura. A mi entender, esto, la selección de “lo peor”, es, precisamente, uno de los aciertos del filme.
El tipo de obra que es Slumdog sufre/goza de claros síntomas posmodernos, y esto tiene múltiples consecuencias.
1. Por un lado, el largometraje se predica con todo el propósito sobre una visión globalizadora—si se me permite—de la India. De nuevo, esta India, para los efectos, puede ser uno y muchos lugares a la vez. O sea el puente narrativo del contenido es un superfluo juego de “Who Wants to be a Millionaire?” en un país que dista por mucho del contexto social estadounidense que dio origen a este fenómeno mediático, pero que no obstante puede sumergirse de igual manera en esa fabula de amor/destino/esperanza que rige mucho de nuestras creencias o supersticiones como espectadores.
2. Danny Boyle es decididamente necio si pretende acomodarse en el Olimpo de directores indios serios (los cuales me arrepiento mil veces no conocer). Preferiría pensar que hasta por cierto decoro y respeto el susodicho se aleja de esa tradición. Con más razón, el director inglés merece una clasificación mucho más oportuna. Su trabajo se acerca más a la casta de directores que han osado entrar a hollywood manteniendo cierto cinismo, cruzando sus historias a través de la cuerda floja que es el kitsch. Paul Verhoeven, Brian De Palma y hasta el mismo Todd Haynes, a mayor o menor grado, representan casos de éxito en este ámbito—todos, en mi opinión, con mucha más consistencia en su carreras fílmicas que el director en cuestión.
3. Boyle, entonces, corre el riesgo que corre cualquier autor—en el sentido más burdo y práctico del término—que apueste al kitsch para vendernos una historia. He aquí el meollo ético del asunto. Las siguientes citas de Hermann Broch, severo crítico de este “arte”, que encontré en un blog pueden aclarar a lo que voy:
“La esencia del Kitsch es la confusión de lo ético y lo estético, el kitsch no quiere producir lo ‘bueno’ sino lo ‘bello… el kitsch anhela… clichés prefabricados… huimos de la realidad en busca de un mundo de convenciones fijas… El kitsch crea la atmósfera de seguridad que la sociedad exige.”
Aunque estas sugerencias persiguen desacreditar este “arte”, bajo el crisol posmoderno (palabra mentada pero necesaria) conseguimos otro resultado. Desde luego podemos—debemos—preguntarnos, si esta “superficial” y globalizada visión de India, evidente desde el inicio del filme, ¿es esto algo justo, malo o bueno? Pues la verdad no sé. Pero de la misma manera, sendos cuestionamientos éticos están a propósito ausentes en cuanto al contenido del filme; no así de su estética, como trataré de demostrar.
4. Esta pregunta que lanza Honduras es crucial: “¿Cómo alguien –digamos, un artista o artesano- puede ver cosas tan terribles, o mejor dicho, basarse en cosas tan viscerales, y no desgarrarse al reproducirla en la pantalla?”
A partir de esta reflexión, mi camarada trae una observación muy importante: el nivel dramático que podría alcanzar el filme queda constante y consistentemente desarticulado. Su montaje y puesta en escena desdramatizan momentos importantes; situaciones desgarradoras pierden su intensidad moral. Sin embargo, he aquí, en mi opinión, otro de los aciertos del filme.
Volvamos a la desdramática muerte de la madre, escena importante para comprender el punto que expongo. De paso, no viene mal la alusión a Rambo (la última de la saga) para trazar una clara diferencia ética en ambos filmes, y que a su vez ilustra la utilización del kitsch como vehículo de forma en Slumdog.